miércoles, 19 de marzo de 2014

La rueca de las Hilanderas se mueve

Tradicionalmente uno de los caminos para encontrase con Dios era la belleza, o Vía Pulchritudinis.
Al hablar de la belleza, amplío las miras: la belleza del amor, la belleza del arte, la belleza de las personas, la belleza natural y del paisaje, la belleza del cuerpo humano, la belleza del bien, la belleza del sexo, la belleza de la verdad, la belleza...
Lo bello sublima, eleva a las personas, las saca de sí mismas, más allá de lo físico, toca lo espiritual, posee un más que se hunde en lo interno del hombre y de la mujer y a la vez los trasciende. La belleza se convierte así en una humilde mediación para encontrase con Dios, o por lo menos para ponernos en camino hacia él.
Al contemplar la belleza, podemos permanecer observándola, quedándonos solamente en ella, en su visión y en lo que en mi se da y se produce al mirarla, aunque también podemos utilizarla como vehículo que nos conduce al encuentro con el Totalmente Bello. La belleza, como un signo apunta a un más allá, como una señal indicadora de una realidad mayor y más majestuosa, la belleza a través de ella misma nos reduce la distancia entre mi yo y el yo de Dios.
Cuando el hombre no sabe qué decir, contemplar la belleza desde la hondura del corazón puede crear una experiencia de unificación con el amor bello de Dios.
Quedarse sólo en la contemplación de la belleza (que no es poco para los tiempos que corren), es como quedarse mirando la rueca que Velázquez pintó en su obra Las Hilanderas. Nosotros hablamos de profundizar y mirar con otros ojos, y no quedarnos sólo en un "mirar la rueca", sino que la obra nos haga dirigir nuestra percepción hacia el interior del artista, en esta caso Velázquez, que con maestría sublime, supo a través del lienzo y el óleo, ponerla en movimiento; si miro la rueca veo que se mueve, y eso me lleva a contemplar y preguntarme sobre la genialidad de un artista excepcional, así la obra bella apunta a la belleza de su creador.
La belleza es pura gratuidad, y en mundo que parece moverse por lo que vale y produce, por lo que consume y gasta, tener experiencias de gratuidad, ensanchan el alma y hacen que salgamos de nuestra mediocridad.
Existe pues la necesidad en nuestras vidas de crear espacios donde la belleza se haga camino para encontrar al Dios personal, se hace necesario en el apretado horario del hombre, parar y mirar para encontrarse con un Tú distinto a mí. Espacios delicados y habitados por una música bella, o por un silencio elocuente, iluminados por la luz suficiente, ni por exceso ni por defecto, espacios habitados por imágenes o iconos, espacios impregnados de aromas que me llegan y tocan, espacios habitados de ritmos, espacios ya no físicos sino incluso digitales, espacios... Te dejo un espacio digital decorado por unos versos de José Ganivet Zarcos. Que te sirvan de encuentro.
 
 
Señor, todo es sagrado
para quien sabe ver en la mirada
inocente de un niño tu inocencia,
tu obra inacabada;
tu amor, en una madre; tu belleza,
en un cuadro, en un verso, en un poema…
Señor, todo es sagrado
para quien sabe ver en las moléculas,
encendidas, que forman las estrellas,
la mano que sostiene
el Universo entero y lo completa.                                                    
Señor, todo es sagrado
para quien sabe verte en cada puesta
de sol, en cada aurora
Para quien sabe amarte en la pobreza
de los pobres del mundo, en su miseria,
Y aguarda ser un día:
espuma de tu playa
arena de tu arena,
arroyo de tu agua,
gavilla de tu era…
¡Luminosa presencia en tu Presencia!

 
 
 
 

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