El pasado fin de semana,
participé en un cursillo de oración en Santo Espíritu del Monte (Gilet), que se
viene haciendo desde hace 28 años el primer fin de semana de marzo. El ponente
Ignacio Dinnbier S.I. nos acercó de forma magnífica, como suele hacer, hasta
una de las realidades claves en la vida del cristiano: la alegría. Afirma la
Escritura que a los primeros cristianos se les reconocía por la alegría, y que
haciendo todas las cosas como el resto de personas, lo hacían de modo
diferente; me pregunto si hoy a 4 de marzo de 2014 a los cristianos se nos
identifica por la alegría, si contagiamos al mundo con su rastro. Debería
incluir un matiz para la mejor interpretación de mis palabras: la necesidad de desterrar,
y así no los constataba Ignacio, la imagen de que el cristiano posee una
alegría que más que alegría es ñoñería, una bobalicona sonrisa en la boca
como si la vida no nos importara, o pasásemos por ella de puntillas, como quien
no se siente interpelado por la voz del mundo, como si tuviéramos que estar las
24 horas cantando “Un pueblo es”, mientras nos balanceamos al ritmo de la música,
pensando en nuestro “buenrrollismo”. Esa
no es la verdadera alegría, la verdadera alegría no es una emoción, fugaz,
efímera, sino un tono vital, que se deja sentir en un pensar ágil y positivo,
en un obrar animoso y con fuerza para cambiar el mundo, en un sentir gozoso a
pesar de todo lo que pueda acecharnos, en una relación con el prójimo y con
Dios que esté viva, llena de respeto por el otro, por su libertad y por su
proceso de vida. La verdadera alegría del corazón siempre tiene que “generar”. Se
traduce en vivir la vida con hondura, implicada
en la transformación de la sociedad (empecemos por nosotros), siguiendo el
proyecto de Jesús, que era la construcción del Reino de Dios, viviéndola desde
las reglas de juego que él marca: servicio, gratuidad, amor, encarnación en el
mundo y en la vida real, un proyecto que ya ha comenzado con el mismo Jesús,
que seguimos construyendo y que finalizará en la vida eterna, vida en plenitud,
vivir la vida de Dios a la que estamos llamados y hemos sido ya invitados. Encabezaba
este texto una imagen de Francisco de Asís, narran sus biógrafos una paradójica
experiencia sobre lo que para él era la verdadera alegría, que incluyo:
“Cierto día el bienaventurado
Francisco, en Santa María, llamó a fray León y le dijo: «Hermano León,
escribe». El cual respondió: «Heme aquí preparado». «Escribe: cuál es la
verdadera alegría. Viene un mensajero y dice que todos los maestros de París
han ingresado en la Orden. Escribe: No es la verdadera alegría. Y que también,
todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; y que también, el rey
de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la verdadera alegría. También,
que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a todos a la fe;
también, que tengo tanta gracia de Dios que sano a los enfermos y hago muchos
milagros: Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría. Pero
¿cuál es la verdadera alegría? Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llegó
acá, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan frío, que se forman canelones
del agua fría congelada en las extremidades de la túnica, y hieren continuamente
las piernas, y mana sangre de tales heridas. Y todo envuelto en lodo y frío y
hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado y llamado por largo
tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano
Francisco. Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás.
E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante;
ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te
necesitamos. Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios
recogedme esta noche. Y él responde: No lo haré. Vete al lugar de los
Crucíferos y pide allí. Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere
alterado, que en esto está la verdadera alegría”
La verdadera
alegría parte de la hondura de la vida, vivida desde abajo, desde las
relaciones, desde mi descubrirme, desde Dios.
Gracias Luis por compartir en este articulo tu experiencia de oracion del fin de semana. Habeis ahondado grandemente en el tema y se te ve muy ilusionado. . Me alegro. Yo he iniciado la cuaresma poniéndome la ceniza con la intención de buscar la alegría. Una alegría que pretendo conseguir a través de la reconciliación con mis hermanos y con Jesús. Voy a intentar ser feliz recorriendo el camino cuaresmal con una sonrisa en el rostro, empleando mis manos, mi mente, en el servicio gozoso de los demás; practicando la esperanza de la resurrección a todos los desvalidos, marginados, oprimidos del mundo. Entonces sí que habrá brotado la flor de la Pascua al final de un gozoso sendero cuaresmal.
ResponderEliminarEspero nos vayas desmenuzando con tus artículos el gozo de la alegría.