Mientras me
fumaba un cigarrillo antes de coger el
coche en el parking habitual, pasé por una zona ajardinada que suelo
frecuentar. El rastro de la primavera se deja notar y siempre alegra el
corazón. En uno de sus extremos un elemento común, que no acostumbro a ver allí,
me llamo la atención: una azada. Automáticamente me vino una imagen del
Evangelio a la cabeza: Jesús Resucitado, al que María Magdalena confunde con un
hortelano. Lo verde, que se observa en la foto que congelé en ese momento, la
tierra, y la azada sin jardinero (no estaba allí, solo la azada) me precipitó a
esta imagen mental. Era un signo, como lo pudo ser el sepulcro abierto, el
sudario y las vendas. El ver estos objetos no nos tendrían porqué llevar a
creer, pero de algún modo preparan el corazón para el acto de creer, para el
acto de fe, para el consiguiente y ulterior encuentro con Jesús Resucitado.
Ver la azada allí
colocada, me generó una sensación de que alguien la había colocado allí para ser vista, alguien que no se quería mostrar
de momento, pero que preparaba el escenario para el encuentro real con su
persona. Esto me llevó a pensar que Jesús resucitado, tal como leemos en los
evangelios se deja ver, se revela, se aparece a quién quiere y en el momento
que quiere. Jesús resucitado no es un cuerpo que había muerto y tras la
resurrección ha sido revivificado en las mismas condiciones que tenía antes de
morir, eso le pudo ocurrir a Lázaro, a la hija de Jairo… que tras ser
resucitados por Jesús, volvieron a morir, tiempo después, como es natural. Jesús
resucitado tiene un cuerpo transformado, vive la vida de Dios, y cuando este se
aparece a María, a los Apóstoles, a los discípulos, estos no suelen reconocerlo
hasta que el Señor se deja ver. Es Jesús el que sale al encuentro de aquellos
primeros seguidores y de estos, cristianos del siglo XXI, y en el momento
oportuno se revela, con palabras o gestos, siempre con lenguaje humano, de tal
modo que los humanos podamos comprenderlo.
Jesús resucitado no
es una mera experiencia psicológica de aquella comunidad de que el maestro vive,
no es la proyección de sus deseos o sus ideales, ni una excusa para no caer en
la frustración, rotas las ilusiones tras la cruz en el más desastroso de los
finales. El encuentro con Jesús es real y sensible (lo perciben a través de los
sentidos): les habla, les enseña las marcas de la pasión en su cuerpo, come con
ellos, les parte el pan, y misteriosamente y a la vez, Jesús vive la vida de
Dios, ha sido transformado gloriosamente. Jesús juega al escondite, se esconde
y se aparece, en la Galilea de hace 2000 años y en el presente. ¿Seremos
capaces de reconocerlo cuándo nos salga al encuentro? ¿Qué ocurrirá?
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