miércoles, 30 de abril de 2014

La azada y el jardinero



Mientras me fumaba  un cigarrillo antes de coger el coche en el parking habitual, pasé por una zona ajardinada que suelo frecuentar. El rastro de la primavera se deja notar y siempre alegra el corazón. En uno de sus extremos un elemento común, que no acostumbro a ver allí, me llamo la atención: una azada. Automáticamente me vino una imagen del Evangelio a la cabeza: Jesús Resucitado, al que María Magdalena confunde con un hortelano. Lo verde, que se observa en la foto que congelé en ese momento, la tierra, y la azada sin jardinero (no estaba allí, solo la azada) me precipitó a esta imagen mental. Era un signo, como lo pudo ser el sepulcro abierto, el sudario y las vendas. El ver estos objetos no nos tendrían porqué llevar a creer, pero de algún modo preparan el corazón para el acto de creer, para el acto de fe, para el consiguiente y ulterior encuentro con Jesús Resucitado.
Ver la azada allí colocada, me generó una sensación de que alguien la había colocado allí  para ser vista, alguien que no se quería mostrar de momento, pero que preparaba el escenario para el encuentro real con su persona. Esto me llevó a pensar que Jesús resucitado, tal como leemos en los evangelios se deja ver, se revela, se aparece a quién quiere y en el momento que quiere. Jesús resucitado no es un cuerpo que había muerto y tras la resurrección ha sido revivificado en las mismas condiciones que tenía antes de morir, eso le pudo ocurrir a Lázaro, a la hija de Jairo… que tras ser resucitados por Jesús, volvieron a morir, tiempo después, como es natural. Jesús resucitado tiene un cuerpo transformado, vive la vida de Dios, y cuando este se aparece a María, a los Apóstoles, a los discípulos, estos no suelen reconocerlo hasta que el Señor se deja ver. Es Jesús el que sale al encuentro de aquellos primeros seguidores y de estos, cristianos del siglo XXI, y en el momento oportuno se revela, con palabras o gestos, siempre con lenguaje humano, de tal modo que los humanos podamos comprenderlo.
Jesús resucitado no es una mera experiencia psicológica de aquella comunidad de que el maestro vive, no es la proyección de sus deseos o sus ideales, ni una excusa para no caer en la frustración, rotas las ilusiones tras la cruz en el más desastroso de los finales. El encuentro con Jesús es real y sensible (lo perciben a través de los sentidos): les habla, les enseña las marcas de la pasión en su cuerpo, come con ellos, les parte el pan, y misteriosamente y a la vez, Jesús vive la vida de Dios, ha sido transformado gloriosamente. Jesús juega al escondite, se esconde y se aparece, en la Galilea de hace 2000 años y en el presente. ¿Seremos capaces de reconocerlo cuándo nos salga al encuentro? ¿Qué ocurrirá?


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