La luz de la primera luna llena
de la primavera nos señala que un año más el Señor pasa.
Pasar es Pascua.
Si la experiencia no nos enseñara
que los tristes árboles desnudos durante el invierno, volverán a vestirse de
blanco durante la primavera, tendríamos la total certeza de que han muerto.
Pero la experiencia sensible y acumulada a lo largo de nuestros años de vida
nos hace confiar (cum fides, esto es con
fe) en que no están muertos, sólo dormidos durante el letargo invernal. Con la
primavera el campo mueve, despierta, y
este despertar nos hace estar más vivos a nosotros que formamos un todo con la
naturaleza, nos recreamos en la belleza de las flores, se ensancha nuestro
espíritu, parece que el mundo resucita, que el frío invernal que en ocasiones
se aloja en nuestros corazones paralizándolos, comienza a revenir, y a tornar
este, en el motor cálido que hace latir nuestras existencias. Cómo resuenan aquellas
palabras del profeta… “os arrancaré el corazón de piedra, y os daré uno de
carne”.
Es en la primavera cuando
celebramos la Resurrección de Jesús, y no como un mero ritual albardado de
palabras y gestos, sino como la vivencia
de fe del que sabe que su amado vive. La resurrección de Jesús implica muchas
realidades que por analogía podemos perfilar, aun con todo, siempre nos quedaríamos
cortos al intentar describir lo que conlleva.
La Resurrección significa que
Dios Padre le da la razón a su Hijo Jesucristo, quitándosela a los hombres que
no quisieron recibirlo, a los sacerdotes que lo habían condenado a muerte por
declararse Hijo de Dios, y por poner en entredicho la forma en que éstos vivían
la religión, donde predominaban más las formas, las leyes y lo normativo que
las personas.
La Resurrección significa que el
odio, la violencia y el mal serán destruidos y que la última en ser aniquilada será
la muerte y esta ya no tiene la última palabra sobre el hombre y la mujer sino
la vida.
La resurrección significa que la
tumba está vacía, que no busquemos entre los muertos a los que viven y nos hace
saltar de gozo, pues Jesus vive la vida de Dios y es libre, la misma libertad
de vida que se abre para nosotros.
La resurrección significa que a
pesar de todo lo que me vaya aconteciendo en la vida, bueno y malo, puedo
integrarlo en mi existencia sabiendo que hay un más, y que hay uno que me amó
antes que yo a Él, que me lleva de la mano hacia su morada.
La resurrección significa que no puedo
callar ni guardar esta noticia para mí, sino que tengo que gritarla con voz potente a
los cuatro puntos cardinales para que la dicha que da la vida se contagie y se multiplique. Esta Vivo.
Feliz Pascua.
Muy bueno el artículo. Estoy contigo. La muerte de Jesús no podía quedar en vano. Todo el bien que había hecho en esta tierra, todo lo que había predicado y nos había enseñado, no podía ser machacado por unos pocos e incluso sus amigos que hasta le negaron por miedo. El domingo de Ramos lo aclamaron Rey y a los 5 días lo condenan...Que incoherentes somos los hombres... pero Jesús resucitó y está vivo. Pido al Señor que esa llama de la luz y esa agua que se bendicen el día de Sábado Santo en la misa de Resurrección iluminen nuestras mentes, fortalezcan y aumenten nuestra fe y enciendan el fuego del amor en nuestros corazones.
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